ESCRITORA, NO ERES UN FRAUDE: SOLO TIENES MIEDO.

julio 1, 2025
7 min lectura

El otro día estaba frente al teclado, lista para escribir algo brillante, profundo, que hiciera llorar a la humanidad entera… y terminé reorganizando los lápices por colores, lavando tazas que no eran mías, con una mala leche que hasta un león me temería y revisando si había vida inteligente en Instagram.

Spoiler: no la había.
Pero sí estaba él.
Otra vez.
El síndrome del impostor.

Ese ser sombrío y dramático que aparece justo cuando más inspirada estás, con sus frases favoritas:

«Esto no es escritura, es terapia mal redactada».
«¿En serio vas a publicar eso?».
«Seguro alguien ya lo escribió mejor y con menos adjetivos».

«Te repites más que el ajo».

«¿Crees que esta historia engancha?».

«Valiente paparruchá».

Bueno, Marian Keyes, con su talento monumental y sus millones de lectoras, dijo no hace mucho en una entrevista: «Después de 30 años escribiendo, todavía siento que no tengo talento cada vez que empiezo un nuevo libro».

¿Y sabes qué pensé cuando leí eso? ¡Aleluya! No soy la única loca.

Pero el cursor parpadea más que la confianza. Escribir con el síndrome del impostor es como tener un editor interno con complejo de suegra crítica. El maldito todo lo juzga: la metáfora, el adverbio, la coma y hasta tu infancia. Bueno… y el colmo cuando ataca sin piedad a tus personajes. Lo estrangulaba.

Y aunque no aparece en los créditos, prólogos o en las notas de autora, está en todos los borradores. Respirando fuerte. Dando el mate a tus novelas.

A veces empiezo a escribir con una voz clara y segura, pero a mitad del segundo párrafo, esa voz se convierte en un «Mmm… ¿y si mejor aprendemos repostería ya que en la pandemia fui de las pocas personas que no lo hizo?».

No exagero: el miedo al fracaso y a no estar a la altura te puede dejar con cinco inicios de capítulo, dos listas de sinónimos y cero tramas coherentes.

Y eso, querida amiga, agota. Porque el desgaste mental de la inseguridad literaria no se ve, pero pesa como un saco de cemento en el pecho.

Escribir parece una misión imposible; sin embargo, resistimos. Si eres de las que piensan que para escribir se necesita una musa, silencio absoluto y un escritorio frente al mar… perdón por arruinarte la fantasía, pero a veces la verdadera escena es:

  • Un moño desarmado.
  • Una taza de café recalentado.
  • Y una pestaña con Google abierto: sinónimos de «miró intensamente».

¿El glamour? En el diccionario.
¿La inseguridad? En tu hombro izquierdo.

Y sin embargo… sigues escribiendo. Una línea. Una idea suelta. Una escena que no sabes si sirve, pero que te hace sentir viva.

La escritura no es un proceso mecánico, sino una lucha constante con su propio nivel de exigencia. No se apoya en la experiencia pasada como garantía, sino que enfrenta cada proyecto como un nuevo reto que pone a prueba la confianza y creatividad.

Escribir desde la duda también es garabatear desde el alma. En muchos cursos de escritura te dicen que incluso cuando ya has publicado, cuando ya tienes lectoras (¡Hola, gracias por estar ahí!), cuando recibes comentarios lindísimos… igual puedes sentirte como una farsante.

¿Por qué? Porque el síndrome del impostor no razona. ¡Qué cabrón! No le importa si estudiaste Filología Hispánica, Lengua y Literatura, si ganaste un concurso de narrativa o simplemente naciste para ser escritora. Es un filtro torcido por el que ves tu trabajo, siempre subestimándolo.

Pero hay algo más, y es escribir con esa sensación que no te hace menos escritora. Te hace humana, vulnerable y real. Y eso, aunque no lo creas, es un combustible emocional para contar historias que conectan. Las inseguridades no restan valor, le dan capas a tu voz.

Que eso, que cuando leí que Marian Keyes todavía se siente sin talento al comenzar un nuevo libro, me dieron ganas de llorar de alivio (y de comer algo con mucho carbohidrato). Porque si ella, con toda su trayectoria, también duda… ¿Quiénes somos nosotras, las amateurs, para no hacerlo?

A veces la diferencia entre una escritora publicada y una que nunca se anima no está en el talento, sino en la terquedad. En decirle al impostor: «Calladito estás más guapo».

La pregunta que me hacen siempre (y que me parte un poquito el alma): ¿Y cómo hiciste para escribir un libro? ¡Yo no podría!

Otro spoiler: yo tampoco podía. Hasta que lo hice.

Con miedo. Con docenas de borradores. Con esa vocecita diciendo que «eso no está listo» o «no estás lista», como cuando te vas a sacar el carné de conducir. Y con la esperanza terca de que a alguien le llegará. (Si estás leyendo esto, sí: eres ese alguien. Gracias.)

Lo que quiero decir es que muchas veces escribimos pensando que debemos estar seguras de todo, cuando lo único que realmente necesitamos es una historia que arda lo suficiente como para callar al dichoso impostor.

Tengo algunas herramientas (emocionales) para escribir aunque duela y escuche esa vocecilla tan molesta:

  • La escritura imperfecta también vale. El primer borrador no tiene que ser bueno. Tiene que existir.
  • Tu voz es única, incluso cuando duda. No se trata de sonar como alguien más, sino de sonar como tú, incluso con temores.
  • Escribir es acción, no identidad. No tienes que sentirte escritora para escribir. Pero si escribes, lo eres.
  • Rodéate de gente que crea en ti cuando tú no puedas. A veces, una sola lectora puede sostener todo tu universo.

Para terminar, te diré que escribir es un acto de valentía silenciosa y más aún es hacerlo con el síndrome del impostor, que es como tratar de cantar con la boca medio cerrada. Sale raro. Sale bajito. Pero sale.

Y con el tiempo, si insistes, si escribes aunque sea desde el miedo, la voz se fortalece. No porque el impostor desaparezca, sino porque ya no te domina… hasta que vuelve, porque lo hará. Te lo aseguro.

Así que si estás luchando con eso, si dudas cada frase, si piensas que todo lo que haces es «poco»… Sigue escribiendo. Solo sea una línea y te tiemble todo. A pesar de que hoy no te creas nada.

Mientras tengas una historia que contar, ya eres escritora. Aunque no tengas editorial, aunque nadie te lea todavía, aunque el impostor quiera convencerte de lo contrario… Escribe. Y eso ya es un acto de valentía brutal.

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Ya conoces un poquito más de las escritoras. Todas tenemos miedo. Todas tenemos una impostora dentro de la cabeza que intenta boicotear tu historia. Pero no lo logra, porque somos más fuerte.

Cada semana (o cuando logro callar a mi impostora interior), escribo una newsletter con historias como esta: anécdotas reales, consejos que no suenan a coach y esa sensación de que no estamos solas en esto de escribir con el alma en la mano.

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Gracias por leer hasta aquí. Me emociona más de lo que crees.

¡Hasta pronto!